viernes, 16 de octubre de 2009

Justicia

Los edificios grises se elevaban sobre las cabezas de los viandantes, gigantes de hormigón y cristal que durante más de medio siglo habían sido la seña de identidad del llamado centro del mundo, Nueva York. En uno de esos edificios de la ''Gran Manzana'' vivía Jonh VanHouten, un abogado agresivo conocido en todos los juzgados de la gran ciudad del río Hutson como ''El tiburón de la gran manzana'' por su ansia de ganar los casos y su afán por sacar el máximo beneficio de todos sus clientes, en realidad era más bien como una barracuda que con sus dientes de sierra podía desgajar los pedazos de cualquier presa que cállese entre sus fauces. Tal era su afán por cobrar pieza que le daba igual el cliente, el caso, la ética y la moral, el no la poseía, se escudaba en su código deontológico, si es que para él existía tal, pues donde hubiese dinero allí estaba VanHouten, donde hubiese poder allí estaba VanHouten, sin embargo cuando la señora Bellamie le necesitó para salvar su casa pese a esta haberle amamantado desde niño por el cáncer de mama de su madre VanHouten estaba demasiado ocupado. En realidad Jonh VanHouten, lejos de lo despiadado de si mismo era un hombre atractivo de metro ochenta, pelo negro y abundante, complexión fuerte y ojos incisivos y profundos, pero a la vez con el alma tan negra que era imposible entreverla entre sus ojos azul oscuro. ¿Quién podía prever que en su exitosa carrera podía haber un único punto negro, una oscura maldición y más allá de todo ello la verdadera llave a las puertas de un infierno personal que le quitaba el sueño por las noches y le carcomía el alma por el día?.
Durante el año 2005 Jonh VanHouten aún no era el prestigioso abogado que hoy en día había llegado a ser por su agresivo carácter, a penas era un neófito de la profesión recién salido de la universidad de San Diego, y ni siquiera las prácticas en el bufete de su tío le servían para despegar. Un buen día se le cruzó el que debía ser el caso de su vida, un caso de asesinato múltiple por la mano de un inmigrante jíbaro que al parecer asesinaba a sus víctimas cortandoles la cabeza para después reducírsela. Parecía el caso que debía llevarle a la fama y así fue en cierta medida. Él pretendía alegar una psicopatía para evitar la pena de muerte, no obstante, Estados Unidos no perdona a los inmigrantes y menos a los inmigrantes asesinos y el jurado le declaró culpable de asesinato en primer grado condenándole a Inyección letal. Para VanHouten esto no significó nada, de hecho le había hecho medrar, sin embargo la condena para él vino después, cuando en la camilla, a punto de ser ajusticiado, Gabric Sseksel, el asesino, prometió venganza contra su abogado tan deficiente, dijole entonces que como último deseo quería volver de entre los muertos para vengarse de él, para cortarle la cabeza y reducírsela y llevársela de vuelta consigo mismo al infierno. Esto caló tan hondo en el joven abogado que nunca pudo olvidar aquellas palabras. Hoy sentado en su estudio, con un Bourdbon entre las manos bebía pensando en aquél momento. Al pasar el tiempo cada vez se había ido difuminando más en su mente, pero, nunca pudo quitarse aquélla ansiedad, aquél miedo a que su defendido volviese para arrastrarle a un destino más doloroso que la muerte. Él jamás había creído en las religiones ni en los castigos eternos, pero aquellas palabras calaron tan hondo en él, que pensar en ellas aún le daba miedo. Bebió un trago, se calmó, y respiró hondo cerrando los ojos en su sillón de terciopelo negro con orejas, se quedó traspuesto cuando de pronto un estrépito sacudió la casa, se despertó de golpe, parecía como si algo se hubiese caído en la cocina, se levantó y recorrió inseguro el espacio que le separaba de ésta salita que apenas usaba más que para guardar el alcohol y algún que otro aperitivo para ver los partidos de sus amados Yankies. Se paró y miró intentado escudriñar la oscuridad y buscar algo entre las formas que hacían los diversos utensilios, al final encendió la luz y vio que los cuchillos se habían caído al suelo, cosa que pasaba de costumbre, por el mal asentamiento de la cuchillera que había comprado en la tele-tienda, maldijo a la maldita compra por teléfono una vez mas y se dispuso a colocar los cuchillos y advirtió que le faltaba uno, el gran cuchillo de trinchar, pensó que habría caído bajo alguna encimera y decidió que ya lo cogería por la mañana, que estaba demasiado cansado para ponerse a buscarlo en ese momento, volvió a su sillón, apuró lo que quedaba de bourdbond de un trago y se acomodó en el suave terciopelo, nada parecía indicarle lo que sucedería a continuación. Una mano salió de detrás del respaldo del sillón para tomarle de la cabeza y con un pañuelo untado en cloroformo le tomó de sorpresa y mientra iba sumiéndose en el sueño drogadicto del cloroformo advirtió algo que le heló la sangre en las venas, una risa histérica, como la de aquél jíbaro. ¿Era posible aquello?. Lo cierto es que nunca se volvió a saber de Jonh VanHouten con vida, al cabo de dos días unos vecinos descubrieron su cadáver en la bañera, si es que a ese amasijo de carne se le podía llamar cadáver pues alguien lo había sumergido en cal viva, sin embargo, nunca se volvió a saber de su cabeza.

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